Con el levantamiento de la carpa que los trabajadores mantenían frente a la empresa se cerró formalmente el conflicto de FP Impresora. Luego de arduas negociaciones, el resultado fue la reincorporación de diez trabajadores (seis de los cuales habían reingresado con anterioridad) y la “desvinculación” de otros veinte, con el pago de las indemnizaciones que la patronal se negaba a abonar aduciendo justa causa.
Desde el paro de mayo contra los primeros despidos (en represalia a un intento de afiliación al sindicato), y durante cuatro meses, los jóvenes gráficos de FP desplegaron una formidable movilización que incluyó el acampe frente a la planta, cortes de calles, festivales y el llamado a la solidaridad del movimiento obrero combativo. La patronal, por su parte, apeló al lock-out y a la judicialización de los huelguistas; aun así sólo logró imponerse con la ayuda de la fiscalía, el Ministerio de Trabajo y de la burocracia gráfica.
Todos los procedimientos antiobreros del Estado burgués se activaron contra el conflicto, desde la interminable peregrinación por delegaciones (provinciales y nacional), sin lograr la menor sanción o pronunciamiento contra una patronal que incurrió en manifiestas ilegalidades, hasta el desalojo violento de los portones y la detención de varios trabajadores por orden de un juez de “garantías”.
La burocracia de Ongaro, enemiga declarada de todo proceso de sindicalización, actuó sin disimulo para aislar a FP del resto del gremio y desviar la lucha hacia el pantano del ministerio.
Al mismo tiempo, otro factor que incidió en la derrota del conflicto fue la intervención del PTS. Desde su llegada a la huelga, sus militantes se convirtieron en los más activos adversarios de la ocupación de la planta. La idea de tomar las instalaciones venía madurando en el activismo, como una respuesta consecuente a la intransigencia demostrada por la empresa en cada una de las audiencias.
La alternativa propuesta por el PTS fue la gestión legal ante el ministerio del “abogado de Pilkington”. Según la engañosa versión del PTS, esas gestiones fueron la clave del triunfo en aquella lucha y, en el caso de FP, podía ahorrar el costo de tomar la fábrica. Sin duda, había condiciones políticas para ocupar, como lo indicaban Malhe, Massuh, Indugraf y sobre todo la propia Pilkington. Ese era el paso que había que dar. Desde ya, la ocupación no es una receta ni una garantía de triunfo, pero habría cambiado drásticamente el escenario del conflicto al poner la pelota en el campo de la patronal.
Como destacamos en sucesivos artículos de Prensa Obrera, la importancia de este conflicto radicó en que fue expresión de una nueva vanguardia que se organiza y se templa en el fuego del combate contra la crisis. El conflicto puso de relieve ante esta nueva generación el lazo de clase que une al Estado (el Ministerio de Trabajo y la Justicia) con las patronales, y mostró la fuerza que puede desplegar la acción obrera aun tratándose de un pequeño contingente.
Un balance exhaustivo de esta experiencia ayudará al activismo gráfico naciente a comprender la necesidad de independizarse de la burocracia como condición para luchar por sus reivindicaciones y, adicionalmente, le permitirá clarificar la miseria política de corrientes que “discursean” sobre la lucha pero, a la hora de los bifes, siempre encuentran una excusa.
Miguel Bravetti
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